martes, 8 de febrero de 2011

El Concesionario



Por las descripciones que hace Tommy Barban sobre Rosario, decidí conocer esa comarca. Lugar obligado para arrancar el tour, la costa, como les gusta decir a los rosarinos.
Y lo que me llamó la atención fueron los "barcitos" que concesiona la municipalidad, pero especialmente uno que me obligó a preguntar por su administrador.
"Tiene ese estilo para bailar que se ubica justo en la mitad entre la moderación y el desparpajo. Impresiona su concentración, la manera en que su cuerpo, poco agraciado, se desplaza por la fiesta; sus contorsiones son muy cadenciosas, muy marcadas. Con un poco de atención se puede descubrir en su rostro un rarísimo mohín que pone de manifiesto un aprecio visceral por su compañera de baile, su esposa. Creo que en algunos remilgos del tema musical cierra los ojos, como que sueña despierto, mientras baila".
"Es por lejos el mejor danzarín de la reunión, un cumpleaños de 50 con una heterogénea concurrencia donde nadie ni por su vestimenta ni por su gestualidad se ha propuesto pasar desapercibido: sobrevuela en el ambiente un desmedido afán de protagonismo. Nuestro danzarín disfruta de la música tan consustanciado que da la impresión de haber decidido que mientras permanezca en la pista se va a desentender de todo lo que lo rodea". Así comenzó la descripción de "El Concesionario".
"Hay pocos lugares donde se puede disfrutar con 30 grados a las 9 y media de la mañana como en la hermosa ribera del Paraná. En un borde de la ciudad apoyado en ese río que de manera tan maravillosa retrató Jorge Fandermole en “Rio Marrón”, esa canción que pocos rosarinos no han escuchado entonada por Baglietto.
El Paraná genera negocios de renta abundante, la mayoría tan controversiales, que han desatado disputas y polémicas entre quienes lo ven como un objeto que dispone de diversas y lucrativas prestaciones, que van más allá del simple soláz.
Usar en concesión un espacio emplazado frente al río es una oportunidad de negocios importante en el rubro gastronómico. Pero no todos los que han podido intentarlo han tenido el éxito consigo: los baños sucios, el bañero que tenía que estar y no estaba por una importante borrachera en la noche anterior, las demoras en la cocina, los mozos desatentos, las cosas que se eligen de la carta y que están en falta y a veces, lo peor, la falta de higiene, o una intoxicación colectiva .Ninguna de estas circunstancias se dan en las explotaciones concesionadas de nuestro danzarín, que es un prolijo, metódico e inveterado previsor. Su manera de organizar el negocio es casi imbatible, difícil es imaginar un detalle que no haya tenido en cuenta. Por eso cuando cierra los ojos mientras baila a lo mejor piensa como mejorar la limpieza de los hornos, que hacer para que los mejores recursos humanos que dispone no emigren, como los paños húmedos que higienizan las mesas tras una ingesta desprolija de varios muchachones,  sean más efectivos; quien sabe cuántos detalles se le juntan en la cabeza a nuestro a nuestro hábil empresario y coqueto bailarín de salón".
Días atrás he conocido la remozada presentación de una de sus explotaciones sobre el río. Por más que la transpiración moje las frentes y la arena decuplique su impertinencia cuando se pega en el cuerpo escoriado por el sol, ninguno de los clientes dejó de apreciar la pintura excelsa, los cerramientos de madera impecable, los baños limpios y la atención esmerada de las camareras. Ni la extrema prolijidad de las reposeras, ni lo caliente del café ni lo helada que viene la soda en unos vasitos relucientes, recién comprados.
Lo que sí, si Naomí Klein, la canadiense que supo venir a la Argentina atraída por la singularidad de los piqueteros y los cacerolazos, viniera a Rosario, no la invitaría a conocer el reluciente nuevo refugio de nuestro concesionario danzarín: las sillas son de Quilmes, los servilleteros de Coca Cola, los pocillos de café de Sigfredo, las paredes externas de madera tienen estampado el nombre de Movistar y el azúcar y el edulcorante, como en todo los bares exhiben la marca del producto en letras bien grandes. La buena de Naomí quedaría con la certeza de que El Concesionario danzarín no ha leído, y si lo hizo no ha acordado, con los conceptos centrales de su exitoso libro “No logo”.